El lanzamiento de The Legend of Zelda: Ocarina of Time 3D supone todo un hito a varios niveles. Por una parte, aquellos que hemos disfrutado una y otra vez de la aventura original, debido a que su lanzamiento en 1998 para Nintendo 64 nos pilló en plena época de juventud jugona, recorrer de nuevo sus impresionantes escenarios y reencontrarnos con viejos amigos resulta conmovedor. Y esas sensaciones se magnifican teniendo en cuenta que, por primera vez, podemos disfrutar del videojuego que nos ocupa en 3D estereoscópico y con una mejora técnica evidente.
En el otro bando están los usuarios que sólo han oído hablar de Ocarina of Time en los innumerables debates que recorren la red intentando buscar la mejor aventura de todos los tiempos, en los múltiples reportajes de la saga que podemos encontrar en publicaciones de todo tipo, o en los cada vez más extendidos rankings que, recopilando análisis tanto de la prensa como del público, son capaces de compilar gracias a un sencillo código informático, los mejores juegos del año, de la generación e incluso de la historia. Desafortunadamente, sólo si jugamos a Zelda: Ocarina of Time seremos capaces de valorar el título de manera justa, disfrutando de aquellas pequeñas cosas y esos grandes momentos que, unidos en un mismo videojuego, han sido capaces de convertir el primer capítulo de la saga con gráficos vectoriales en una de las experiencias más redondas de todos los tiempos.